Al final inauguro este blog, lo tengo en la web previsto para comentar en profundidad cuestiones de los trabajos que voy haciendo y aprovecho el que he subido uno de los últimos que he hecho para arrancarlo.
Trabajar en cortometrajes es interesante. Siempre lo he visto así (no se si es por eso que llevo tantos hechos), te da la posibilidad de meterte en una pequeña historia y desarrollar dentro de ella ideas musicales tan pequeñas como la historia que cuenta. A veces es muy poco lo que puedes aportar, a veces es mucho; como es el caso de este cortometraje. Vino a mis manos por parte de dos grandes amigos, por un lado su director Rodrigo Alonso, que llevaba mucho tiempo con esta historia y que al final había conseguido levantar, y por otro Luis Ferrández al que me unen vínculos personales y profesionales fuertes y que había sido artífice del montaje y del desarrollo de la voz over que acompaña a las imágenes.
En un primer visionado me pareció un cortometraje con mucha potencia, contaba una historia acerca de la discapacidad, pero sin entrar en sensiblerías. Su planteamiento visual y narrativo estaba basado en una consecución de imágenes que se combinaban con una voz over del protagonista que contaba su propia historia. La copia la visioné con una pista temporal de música (temp-track aunque a mí me gusta llamar las cosas en castellano), que duraba toda la extensión del cortometraje. Seis minutos y pico de música es una cantidad importante, además de que en este caso era de las que se iba a escuchar ya que la sustancia sonora estaba compuesta en primer lugar por la voz over, luego la música y en tercer lugar el sonido que acompañaba a algunas imágenes y que solamente cobraba importancia en algunos momentos muy puntuales en los que había diálogos. Ese era el orden. Por lo tanto, la música tenía que tener una articulación consecuente con esa necesidad.
Es en ese momento en el que llega el agobio de estar a la altura. Para comenzar, nunca viene mal que haya una pista temporal que sirva de referencia (no para copiarla, por supuesto). La pista temporal transmite algo, un espíritu, una idea que hay que saber adaptar a tu forma particular de componer. Yo me fijé en la orquestación de esa música, era una orquesta de cuerda con algunos instrumentos de cuerda pulsada. Últimamente me estoy haciendo muy amigo de la orquesta pequeña, del sonido reducido que produce la música de cámara para determinadas narraciones. Ya lo hice en 249, la noche en que una becaria encontró a Emiliano Revilla, que utilicé orquesta de cuerda pequeña con una sección reducida de viento madera acompañadas por percusión y electrónica. En el caso de Sara me decidí por la orquesta de cuerda reducida con piano y arpa. Estos dos últimos instrumentos ejercen el papel de solistas alternando entre melodía y partes de acompañamiento mientras que las cuerdas crean el fondo. En algunos momentos roba protagonismo a los solistas un violín solo que aparece cuando se acerca el punto culminante de la narración. Un punto importante a la hora de componer, y teniendo en cuenta que se trata de una historia infantil, es la sencillez, sobre todo en la melodía. Se que eso de la sencillez, para la gente que me conoce, es algo para mí muy complicado (demasiados años en el Conservatorio), pero merece muchas veces la pena el esfuerzo en limpiar y dejar las cosas en su raíz. Ya habrá momentos de llenar, y este no era uno de ellos.
Y ahí está la música de Sara, una pieza para orquesta de cuerda, arpa y piano que perfectamente podría utilizarse como pieza independiente aunque nunca tendrá la misma fuerza que acompañando a las imágenes para las que fue compuesta. Incluso estuve pensando en grabarla con instrumentos reales (no lo descarto en un futuro), pero es lo que tienen los presupuestos ajustados.
Comienza ahora a moverse por festivales, seguro que no pasará desapercibido.